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En La mala hora, Gabriel García Márquez construye un inolvidable apólogo sobre la violencia colectiva. El padre Ángel se incorporó con un esfuerzo solemne. Se frotó los párpados con los huesos de las manos, apartó el mosquitero de punto y permaneció sentado en la estera pelada, pensativo un instante, el tiempo indispensable para darse cuenta de que estaba vivo, y para recordar la fecha y su correspondencia en el santoral. Martes, 4 de octubre, pensó; y dijo en voz baja: San Francisco de Asís.