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La explosión de una bomba y la desaparición de un niño trenzarán de manera ineludible el drama de los protagonistas de El vacío en el que flotas, y entonces seremos testigos -en este juego de ficciones en el que una historia parece desarrollarse dentro de otra, como en un set de muñecas rusas- de tres relatos que comparten un mismo personaje. En el primero, una joven pareja pierde a su hijo pequeño en un atentado terrorista: la madre sobrevive, pero del niño no queda ningún rastro. En el segundo, un joven y desconocido escritor gana un importante premio literario: ahora disfruta y padece la fama lejos del hombre que lo crio, un ser enigmático pero lleno de compasión y ternura, una especie de artista de la noche que, ataviado de mujer, siempre aspiró a dedicarse a cantar en su propio cabaré. Y en el tercero, aquel hombre que se rebusca la vida, y a veces se viste de mujer, de repente llega a su pensión con un niño perdido: explica que los padres del pequeño murieron en un accidente y que él debe cuidarlo, pues es su única familia. Así, las tres historias se van entrecruzando, emergiendo unas de otras, para provocar una lectura intensa e intrigante que se pregunta por aquellos que nos dejan con el peso de su ausencia.