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SANTA MARIA PRESTAME TU OMBLIGO. Pero al caer el día, la lobreguez se fue apoderando del espíritu del coronel, se puso triste, nostálgico. Empezó a hablar de sus amores malogrados. Extrañamente el recuerdo que más dolor le producía, era el que consideraba su primero y único amor. Él tendría once años de edad, Marta Lorena el amor de su vida, la de los ojos azules color llama de alcohol, apenas nueve. Los unió la escenificación en vivo de la natividad. Su recuerdo nunca abandonaría el jardín de su memoria, donde convertido en exótica flor, antes que desvanecerse, adquiría con el paso de los años, la nitidez y materialidad de las cosas que estamos condenados a recordar aún más allá de la muerte. Al año siguiente le pidieron que volviera a caracterizar a San José. Para entonces, ella, la bella Marta Lorena, la de los ojos garzos, había muerto de tifo. No hubo fuerza humana que lo obligara a actuar en una representación que le traía tan amargos recuerdos. Todo intento en contrario fue inútil y, nada pudieron, ni los azotes de su padre, ni la suplicante ternura de su madre. Todo fue en vano.