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Jasón no sólo regresa de la Cólquide con el vellocino de oro, sino que también seduce a la hija del rey Eetes, Medea. Pero cuando recalan en Corinto una vez consumado su matrimonio, Medea desplegará una pavorosa venganza contra él al descubrir que pretende a la hija del rey Creonte. Decían sus coetáneos que Eurípides prefería representar “las cosas como son y no como debieran” y quizá sea ello lo que nos sigue atrayendo hoy de esta princesa extrajera: su cruda realidad, su repulsión natural hacia el perjurio, su asimilación negada, su temible ira, su compromiso con la sangre.