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LOS MOSQUETEROS II. Cuando supo Cervantes que un tal de Avellaneda le había secuestrado a Don Quijote para encerrarlo en la casa del Nuncio de Toledo, se apresuró a desfacer el agravio con el más definitivo: el de su fin y acabamiento. Justificó ante el lector el final de la historia con unas melancólicas palabras: «en ella te doy a don Quijote dilatado y, finalmente, muerto y sepultado, porque ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios».No fue el caso de Dumas, que aun parece que llegó a proyectar un cuarto episodio. Pero los años no pasan en balde para mosqueteros, reyes ni cardenales. Y ha de ser un joven Luis XIV el que se encarga de recordárselo a D’Artagnan: «¿Creéis seguir viviendo en un siglo en el que los reyes estaban, como vos os quejáis de haberlo estado, a las órdenes y a la discreción de sus inferiores?… Estoy fundando un Estado en el que solo habrá un amo, como ya os lo prometí en otra ocasión