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Había una fiesta en la aldea: era el día de la cerveza nueva, y todas las mujeres la probaron. Todas cayeron enfermas de inmediato, pues en la tinaja había una flor envenenada. Sólo otra flor podía sanar a las madres del poblado, una flor que crecía únicamente en los dominios de la terrible Bruja Karabá. ¿Quién creéis que tenía la audacia y la astucia necesaria para ir a buscar el antídoto precisamente delante de la choza de la bruja? ¿Quién? ¡Kirikú, claro que sí!