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La música de salón, entendida como aquella práctica realizada en el siglo XIX, principalmente en los pequeños espacios privados, salones europeos, o viviendas particulares, que usaron como formato instrumental el piano y que responde al ámbito privado, se extiende a nuestro continente, alcanzando un reconocido papel de la interpretación musical desde Centro hasta Sur América. Los casos estudiados se han tratado en México (Miranda, 2000), Chile (González y Rolle, 2005), Venezuela (Peñín, 2000), e incluso Colombia (Duque, 1995), presentando este fenómeno como característico de ciertos sectores sociales de la población. En su mayoría, pertenecientes a elites capitalinas, figuras femeninas en el caso de la interpretación y obras con características precisas para la interpretación: piezas de carácter, de pequeño formato y con bajo o medio nivel de dificultad técnica interpretativa. Ello se convirtió en un elemento de identificación de los sectores mencionados, incluyendo un repertorio múltiple y variado que acogió la herencia de ritmos europeos como el vals, la polca y la mazurca, paralelamente con las nuevas composiciones musicales de los artistas locales, que en el caso colombiano incluyeron bambucos, pasillos, danzas, entre otros. Esta música de salón se presenta entre lo popular y lo académico, en un importante momento de consolidación cultural: el final del siglo XIX y las primeras tres décadas del siglo XX en Colombia. Para el caso del Valle del Cauca, la música de salón, precisa, con características ligadas -más allá de la música en sí misma- a los escenarios, los intérpretes y los compositores, en un período clave para el desarrollo regional: la creación del departamento del Valle del Cauca, en 1910.