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El destino cruel me llevó a un pueblo en Alemania, donde las relaciones con sus gentes son más un deber que un querer, algo que me produjo un choque no solamente cultural, sino también emocional. Allí todo se mide bajo la utilidad personal. Son personas poco interesadas en los otros, y eso lo demuestran su malgenio, apatía y arrogancia. Yo, observándolos en su forma de hablar, de vivir y de relacionarse, deduzco que son personas reprimidas, cerradas y cínicas.