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La mayoría de las veces, cuando un pintor elige tratar un tema filosófico, pinta un texto. Un texto o una frase del texto, un momento de ese texto, una palabra incluso. Como pintar una idea resulta difícil, tiene que pintar un guiño que exprese esa idea en la que se resume todo el pensamiento del filósofo: ese guiño es un detalle, ahora bien, el diablo está en el detalle. Lo que hay que ver en una pintura que llamaría filosófica es el detalle que resume esta filosofía. Para Anaxágoras es un candil, unas verduras para Pitágoras, una jarra para Sócrates y Jantipa, unas lágrimas para Heráclito, una risa para Demócrito, una copa para Sócrates, una lámpara para Diógenes, una caverna para Platón, un cocodrilo para Aristóteles, una lanceta para Séneca, un pan para Marco Aurelio, una concha para Agustín, y esto para permanecer dentro de los límites de la filosofía antigua.