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El chivo expiatorio supone siempre la ilusión persecutoria. Los verdugos creen en la culpabilidad de las víctimas por ejemplo, en el momento de la aparición de la peste en el siglo XIV, estaban convencidos de que los judíos habían emponzoñado los ríos. La caza de brujas implica que tanto jueces como acusados creen en la eficacia de la brujería. Los Evangelios gravitan alrededor de la pasión, como todas las mitologías del mundo, pero la víctima rechaza todas las ilusiones persecutorias, rehúsa el ciclo de la violencia y lo sagrado. El chivo expiatorio se convierte en el cordero de Dios. Así se destruye para siempre la credibilidad de la representación mitológica. A partir de ahora, los perseguidores serán perseguidores avergonzados.