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Santiago Botero saltó del ciclismo recreativo al profesional y aterrizó en Europa a los 23 años, sin saber casi nada del de porte a ese nivel. Aprender le costó varios errores que casi lo apartan de su destino. Fue un ciclista colombiano atípico: alto, rubio, universitario, con unas piernas potentes que se destacaban en la escalada, y sobre todo cuando pedaleaba solo contra el viento, en las cronos, una categoría en la que ningún colombiano había destacado antes. La contrarreloj, dijo, es una prueba masoquista: “Es uno quien se obliga, por voluntad propia, a infligirse dolor y llevar el cuerpo a la agonía sobre la bicicleta, solo para obtener el placer del triunfo”. Allí encontró su lugar en este exigente deporte.