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En este estudio se pretende mostrar la armonía entre vida mística, ciencia teológica y talento artístico existente en Fra Giovanni da Fiesole, conocido como el beato Angélico. El don natural y la gracia de la fe, lejos de excluirse, se completan, según la teología de Santo Tomás de Aquino vivida por la escuela dominica observante, de la que hizo parte nuestro autor. Por lo tanto, que fuese un místico - entendido el término como contemplativo amoroso de la verdad sobrenatural - no impedía el desarrollo de sus cualidades artísticas, al contrario, las favorecía. De forma inversa, el hecho de que puede ser contado entre los vanguardistas del Quattracento bajo varios aspectos, no impediría que Fra Giovanni fuese un religioso en toda la plenitud del término. Al respecto del beato Angélico han coexistido dos tendencias antagónicas en la crítica artística: la romántica francesa del s. xix lo figuraba como un místico que pintaba bajo el influjo sobrenatural del estado extático, un artista fuera de su tiempo y de su espacio, cuyo pincel era dirigido por ángeles mientras levitaba. En las antípodas de esta opinión figuran algunos autores de la crítica moderna, quienes lo presentan como un humanista de vanguardia, hombre moderno, abierto y, por lo tanto, capaz de ser un artista de punta, no limitado por los estrechos muros del convento. In medio virtus. Según se pretende mostrar, el beato Angélico ha sido a la vez un gran místico, un teólogo eminente y un artista de avanzada. Es necesario recurrir a sus fuentes artísticas, teológicas y espirituales, y encontrar en ellas el aliento vital que llevó a Guido di Piera a hacerse religioso y pintor, y de esta forma, a vivir la armonía perfecta entre la capacidad natural del pintor y la fe del fraile, entre la ciencia del teólogo dominico y la mística de la contemplación, entre el arte renacentista y el fervor de la religión.