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El texto que el lector tiene entre sus manos se ocupa de la crisis que entre 1821 y 1832 arrasó con la primera república de Colombia. Su autora subraya el protagonismo político del poder local, es decir, el de las municipalidades y las juntas populares de autoridades y vecinos de las villas y las ciudades, cuyas soberanías no pudieron o no quisieron ser expropiadas por la república, lo que propició que se constituyeran en la herencia pesada que las revoluciones legaron al siglo XIX. La extraordinaria movilización política de un conjunto de actores individuales, pero sobre todo corporativos y de dispositivos a los que recurrieron para tramitar sus demandas, estuvieron ligados a la cultura política de matriz católica. Tamizados a través suyo, los lenguajes revolucionarios, que circularon por el Atlántico y entre las Américas, se redefinieron de maneras que aquí se rastrean con atención. La crisis colombiana no desconoció formas de violencia; su papel fue marginal.